El pasado mes de enero de este año fue esperanzador para los amantes de la moda y, principalmente, de la Alta costura. John Galliano presentó una colección para la casa de Margiela que muchos calificaron como “su gran regreso”, mientras que otros lo coronaron como el artífice del renacer de la Alta costura del siglo XXI. Pero algunas preguntas flotan en el aire, ¿Cuántas veces ha tenido que renacer la Alta costura?, ¿por qué siempre está en decadencia?, si se muere cada tanto, ¿qué nos hace pensar que está realmente viva? Antes que nada, me gustaría aclarar que soy un amante declarado de la Alta costura en todas sus expresiones. Los vestidos realizados con esta técnica son totalmente fascinantes. Desde sus puntas a mano, la forma en que se diseña la disposición de los mecanismos que los cierran, las estructuras internas que los conforman, hasta sus bordados o tejidos me apasionan. También la forma en que históricamente se ha presentado la Alta costura me parece fabulosa. Los salones de los diseñadores se convertían en pequeños teatros en los que desfilaban elegantes modelos, algunas veces acompañadas de la solemnidad del sonido del crujir de la seda al caminar, en otras al compás de una música suave y armoniosa. Cuando Yves Saint Laurent sacó los desfiles de su casa de moda y los llevó al salón de un hotel, convirtió a la moda en un espectáculo, luego las carpas en el Carrousel del Louvre se convirtieron en la metáfora de lo efímero, modelo de arquitectura temporal que ha sido copiada en todo el mundo, aun hoy en día. Pero la Alta costura, ante todo, es el arte de la interpretación del diseño, cada temporada experimenta el cambio en manos de las artesanas que utilizan una técnica que siempre es la misma; ya lo decía Cristóbal Balenciaga, “la Alta costura es como el mar, siempre distinta y siempre igual”. Es indudable que desde siempre ha sido un laboratorio para la creatividad y la experimentación. El primer supuesto renacer de la Alta costura fue hacia 1929, cuando después de la Gran Depresión las clientas, antes millonarias, dejaron de acudir a París a comprar sus guardarropas. Este renacer estuvo a cargo del modelo de negocio, los diseñadores centraron sus producciones en la venta de derechos de reproducción. Cobrar por dejarse copiar fue el lema. Aunque la venta de copyrights ya existía fue a partir de los años 30 cuando las casas de moda acumularon grandes ganancias a través de la venta de moldes, glasillas y croquis que permitieran la copia, casi exacta, de los modelos de una colección. Estos derechos se cobraban caro y formaban parte de los secretos industriales de un sector protegido desde una Cámara Sindical y apoyado por su propio gobierno. Este modelo puede explicar el ascenso de la figura del diseñador, por un lado, pero también nos permite entender cómo es que estos diseñadores se enriquecieron en periodos de tiempo muy cortos, como fue el caso de Gabrielle Chanel. Puedes escuchar el primer capítulo de la temporada uno de mi podcast “El Reino de la Historia de la Moda”, donde explico todo lo relacionado con las glasillas y los copyrights. El segundo renacer estuvo a cargo de Christian Dior en 1947. Cuando él lanzó su primera colección, conocida como “La línea Corolle”, propuso la opulencia y la belleza del adorno como los elementos que le darían vida a la moda en una época de austeridad y carencia de materiales. Se dice que la colección fue sumamente polémica por la cantidad de tela que se llevaba cada vestido. Algunas mujeres, se supone, eran agredidas en las calles de París cuando salían vestidas con estas faldas de grandes vuelos –aunque hay fotografías de estos hechos no se descarta que sean montajes—mientras que en otras latitudes del mundo estos modelos eran fácilmente copiados por el público en general (ya que la falda circular es un corte sencillo que realiza cualquier persona con un mínimo de noción de costura). Dior fue copiado hasta el cansancio, los diseñadores comenzaron a aprovechar la inercia de su popularidad emulando sus siluetas y las clientas comenzaron a comprar cualquier cosa que llevara su nombre. Fue precursor de la idea de moda total que tanto conocemos hoy en día, aquella en que las firmas etiquetan una gran variedad de productos, desde ropa hasta calzado, de maquillajes a lencería, accesorios o perfumes. El tiempo pasó y la revolución juvenil cambió la cultura popular para siempre. Con el paso de las décadas de los 60 y 70 la alta costura comenzó a estar cada vez más separada del prêt-à-porter. Mientras las mujeres jóvenes compraban su ropa en boutiques y departamentales, las adultas burguesas pasaban su tiempo con los modistos en los rancios salones de costura. La imagen de la nueva mujer productiva ya no tenía nada que ver con la ropa hecha a la medida y Pierre Berger –entonces presidente de la Cámara Sindical de la Alta costura francesa—declaró, una vez más, la muerte de la Haute Couture. Pero la Alta costura volvió a renacer, primero en manos del diseñador alemán Karl Lagerfeld, quien fue contratado en 1983 por la casa de Chanel para ser director artístico. Algunos años después, en 1987, Christian Lacroix se aventuró a abrir su propia maison, otorgándole nuevos bríos a una actividad que parecía innecesaria y decadente. Ambos compartieron la visión de dirigir su moda a un mercado joven, buscando el desenfado y hasta lo lúdico en sus pasarelas. Lagerfeld reinterpretó en traje Chanel en materiales nada lujosos como la mezclilla. Lacroix apostó por la teatralidad y la opulencia para las mujeres jóvenes e incluso lanzó una prenda innovadora, la falda puff, una prenda aglobada que se convirtió en uno de los emblemas de la década que la vio nacer. Pero nada es para siempre, al poco tiempo los corporativos de moda comenzaron a adquirir las grandes firmas, las licencias habían llegado a su límite y las firmas que en otro momento eran sinónimo de exclusividad comenzaron a firmar productos de todos tipos como latas de sardinas, chocolates o ropa de dormir. Las casas de moda cerraban y las pocas clientas que permanecían fieles se contabilizaban como 200 repartidas en todo el mundo. La muerte esta vez era inminente. Entonces Bernard Arnault, dueño algunas firmas de moda, contrató a John Galliano para ocupar el lugar de Hubert de Givenchy...y la Alta costura renació en 1996. Galliano entendió, mejor que nadie, que las casas de moda eran terreno fértil para la experimentación. Al poco tiempo, después de haber alcanzado el éxito, le pidió a Arnault que lo dejara hacerse cargo de su marca consentida, Dior. Galliano sustituyó a Ferré en 1997, el mismo año Alexander McQueen entró a la casa de Givenchy empeñado en destruir la Alta costura francesa. Galliano logró reposicionar Dior en el panorama de la moda juvenil, haciendo de sus presentaciones una representación teatral sorprendente. McQueen, lejos de destruir la Alta costura, logró reencontrarse con su oficio de sastre y tomó el lugar del Enfant Terrible de la moda que tanta falta estaba haciendo. Galliano era teatralidad y fantasía, McQueen era lúgubre y decadente. Ambos eran la encarnación del lema que domina la moda en el siglo XXI: todo se vale. En febrero de 2010, Alexander McQueen se quitó la vida. En el 2011 Galliano fue despedido de la firma de Dior tras un escándalo que involucraba comentarios antisemitas hacia un par de clientas que lo demandaron. Aunque otros diseñadores seguían alimentando la semana de la Alta costura francesa, las propuestas de diseño se volvían cada vez más comerciales o predecibles. La necesidad de reforzar el ADN de las marcas hizo que las firmas se estancaran en sus propios discursos creativos. Algunos nombres han surgido desde entonces, como Guo Pei, la diseñadora china invitada a la semana la moda en París, Pier Paolo Piccioli, que se quedó al frente de Valentino y nos ha regalado colecciones excepcionales, Rahul Mishra, diseñador indio que ganó el premio Woolmark en 2014, o Daniel Roseberry, el primer norteamericano al frente de una casa de Alta costura y que revivió magistralmente el nombre de Schiaparelli. Pero algo seguía haciendo falta. Entonces llegó Galliano con su desfile para Margiela este año. Regresó a sus orígenes usando como locación un puente en la ciudad de París. Contó una historia que se podía ver desde la ropa hasta el maquillaje, desde el styling hasta la expresión corporal de sus modelos. Vale la pena ver la colección y reflexionar acerca de los límites hacia donde lleva la transformación de los cuerpos que viste, la expresión de género que propone o la combinación de materiales y técnicas de estampado, que mezclan lo artesanal con la tecnología. Pero también vale la pena pensar en el devenir de la Alta costura, sus transformaciones, el lugar que ocupa en el ciclo de la moda y en como, en la mente de los amantes de la moda, siempre tiene un lugar privilegiado. Lejos están los días de las clientas sentadas en los salones de moda escogiendo su ropa por medio de un número escrito en un cartón que sujeta una modelo. Lo único que permanece es su espíritu de originalidad y creatividad. Por eso me pregunto finalmente, ¿la Alta costura renace o solo se reinventa? Instagram: @GuillermoLeónLB Podcast: El Reino de la Historia de la Moda Website: guillermoleon.com.mx Texto: Guillermo León Imágenes: F.P. Derechos Reservados 2024
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