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Hace poco leía que, en una entrevista, Giancarlo Giammetti (socio y pareja de Valentino Garavani) comentaba que los grandes corporativos de moda de hoy en día no invierten en nombres nuevos; contrario a eso, cambian a los directores creativos de sus marcas emblema para renovarlas y llamar a mercados futuros. Analizando los grandes momentos de la moda, a finales de los años 70, cuando quienes fueron los diseñadores jóvenes de la posguerra comenzaban a internacionalizar sus firmas, surgió una generación de diseñadores jóvenes que desafiaron al sistema. La moda estaba en plena renovación y la búsqueda de un lugar en el prêt-à-porter parecía ser más importante que formar parte de las filas de la anticuada alta costura. Ya lo había comentado Mary Quant: antes de la Segunda Guerra Mundial el ideal de belleza estaba asociado con el hecho de ser adulta; al llegar los años 60, la búsqueda era parecer lo más joven que se pudiera. Este cambio generacional hizo que la brecha entre la alta costura y lo listo para usarse se hiciera cada vez más grande, y el terreno de las tendencias pasó de estar en los salones de los couturiers a encontrarse en las calles de las ciudades más cosmopolitas del norte global: Londres, París, Milán o Nueva York. Sin importar estos cambios, la alta costura resistió: el amor por el oficio seguía siendo la obsesión de diseñadores como Yves Saint Laurent, quien decía que odiaba vestir a las mujeres burguesas con ropa a la medida, pero que amaba profundamente la técnica de costura. Pierre Cardin, quien se hizo multimillonario por medio del sistema de licencias, amaba hacer vestidos cuyo riesgo en la confección superaba las habilidades de sus talleres: “No me importa cómo hagan el vestido, mientras se vea chic”, solía decir a sus empleadas mientras ellas cosían sus famosos vestidos con aros. Thierry Mugler trabajó muy duro para poder ser nombrado couturier casi dos décadas después de haber lanzado su firma. Jean Paul Gaultier se convirtió hacia los años 90 en el heredero simbólico del oficio de Saint Laurent, aunque su estilo siguió siendo punk e irreverente. Claude Montana se llevó el premio del Dedal de Oro por una colección para Lanvin (antes de que la desgracia social llevara su nombre al olvido). En fin, tal parece que la alta costura seguía siendo un terreno fértil para la experimentación y la creatividad, donde el oficio y la técnica estaban al servicio de la rebeldía y la locura conceptual. Lo más hermoso de la alta costura es ver la perfección en el corte, la caída a plomo de las telas, los poéticos gestos controlados (por medio de liguetas cosidas de manera invisible) en los pliegues de un vestido. Hoy se mira muy poco de eso en las colecciones de la Semana de la Moda de París. No sabía qué pensar del nombramiento de J. W. Anderson al frente de todas las colecciones de Dior. Conocí el trabajo de este diseñador hace más de 12 años y me encantaba su propuesta, donde el género se desvanecía ante materiales espesos y siluetas deconstruidas. Su primera colección de hombre para Dior tuvo referencias muy claras (por no decir literales) al siglo XVIII: sus bordados y fantasía. Algunos críticos pensaron que era un mensaje claro del rumbo que tomaría la marca hacia la nostalgia de lo histórico. Sin embargo, su primera colección para la Semana de la Alta Costura de París me resultó poco afortunada. Poca calidad en la confección, entalles bastante pobres en los cuerpos de las modelos, miriñaques y ahuecadores demasiado ligeros que no sostienen los tejidos exteriores y que se mueven como un disfraz debajo de los volúmenes que deberían formar. Mientras que en el mercado de la ropa vintage se subastan muchos vestidos de la firma Dior confeccionados de manera exquisita con la técnica más tradicional de la alta costura, parece que hoy en día se desvanece el encanto de esta exquisitez. Y seguramente la culpa no es de J. W. Anderson, quien claramente no tiene formación de couturier, ni de los talleres de Dior. La culpa no es de nadie; sencillamente los tiempos cambian. Lo que en alguna ocasión fue el campo donde la moda encontraba la punta de lanza de sus tendencias o el laboratorio de experimentación de la forma y el concepto, hoy solo es el recuerdo de lo inalcanzables y elitistas que son las firmas de lujo. También, por otro lado, mientras que las marcas bajan la calidad de su oficio, cada día surgen por todo el mundo influenciadores de la costura, quienes han desentrañado las técnicas de confección más encriptadas y que emulan, con un éxito abrumador, la construcción y calidad de los mejores couturiers del mundo, poniendo al alcance de muchos lo que antes solo estaba destinado para el disfrute de unos cuantos.
En fin, la moda está hecha de ciclos: hoy vivimos el ocaso de la alta costura en las pasarelas, mientras que en los pequeños talleres revive y se renueva. No sé lo que pueda pasar en el futuro, solo espero que regrese la época en que los disidentes de la moda pongan su voz al servicio del rigor del oficio. Instagram: @GuillermoLeónLB Podcast: El Reino de la Historia de la Moda Website: guillermoleon.com.mx Texto: Guillermo León Imágenes: Guillermo León Derechos Reservados 2025
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