En el corazón de Cremona, la iglesia desconsagrada de San Carlo ha vuelto a la vida —no como templo religioso, sino como un espacio audaz para el arte contemporáneo. Gracias a la visión de Lorenzo Spinelli y el colectivo Form. The Creative Group, San Carlo Cremona se ha transformado en un laboratorio de ideas donde lo arquitectónico, lo simbólico y lo sensorial se entrelazan con las prácticas más provocadoras del arte actual. Concebido como un punto de encuentro entre el arte, el territorio y la comunidad, este proyecto ha albergado exposiciones site-specific de artistas de talla internacional. De entre todas, destacan tres intervenciones que han redefinido el diálogo entre espacio, cuerpo y percepción: Paola Pivi, Monica Bonvicini y Dara Friedman. Paola Pivi: Un helicóptero del revés Con A Helicopter Upside Down, la artista italiana Paola Pivi tomó un Agusta 109 y lo colocó boca abajo en el centro de la nave. En un gesto tan absurdo como poético, despojó a este símbolo de movimiento y poder de su función original, invitando al espectador a cuestionar lo conocido. La arquitectura barroca de la iglesia potenció el extrañamiento: ese helicóptero, tan real como inerte, parecía flotar entre lo físico y lo imaginario. Pivi, quien ha presentado sus obras en museos como el Guggenheim, el Centre Pompidou y el MAXXI, se ha especializado en reconfigurar objetos icónicos —aviones, osos polares, vehículos— a través de instalaciones que cruzan la ironía con lo monumental. En San Carlo, logró que el peso se sintiera ligero, que lo mecánico adquiriera mística. Monica Bonvicini: Poder, cadenas y participación Con la exposición And Rose, Monica Bonvicini transformó la iglesia en un escenario de tensiones físicas y simbólicas. Sus esculturas colgantes hechas con cadenas de acero —las imponentes Chainswings— pendían sobre el altar y la nave como instrumentos de juego, castigo o deseo. Su obra exige al espectador que se mueva, participe y confronte los códigos del espacio. Bonvicini, referente indiscutible del arte crítico contemporáneo, ha explorado desde hace décadas las relaciones entre arquitectura, género y poder. En San Carlo, su intervención acentuó la ambigüedad del lugar: una iglesia vaciada de lo divino, pero llena de nuevas preguntas sobre lo institucional, lo femenino y lo corporal. Dara Friedman: Cine, mística y cuerpo La tercera intervención destacada llegó con The Tiger’s Tail de Dara Friedman. Combinando cine, instalación sonora y dibujo efímero, la artista estadounidense construyó un universo sensorial donde el símbolo de la vesica piscis emergió espontáneamente. En el centro del templo, proyectó Mandorla, un video en 35 mm suspendido sobre un dibujo en gis sobre el piso: un laberinto espiralado, delicado y monumental a la vez. Friedman, reconocida por su enfoque en el cuerpo, el ritmo y la percepción, invitó al espectador a caminar el espacio como si transitara una película viviente. El sonido de un gong y notas aisladas de violín acompañaban el recorrido. La experiencia era íntima, meditativa, casi ritual: una forma de cine que se siente en los pies y en la piel. San Carlo: un templo de lo inesperado Más allá de estas tres exposiciones, San Carlo Cremona ha sido anfitrión de artistas como Jonas Mekas, Olivier Mosset, Arthur Simms y Robert Janitz, cada uno reconfigurando el espacio con intervenciones que dialogan con lo monumental y lo efímero, lo sacro y lo secular. En una época en la que los espacios religiosos caen en desuso, iniciativas como San Carlo nos recuerdan que el arte puede devolverles un nuevo sentido: no ya como centros de fe, sino como lugares para pensar, sentir y cuestionar. Aquí, lo contemporáneo no se limita a ocupar el pasado: lo reinventa.
Ubicado en Via Stefano Leonida Bissolati 33, 26100 Cremona, Italia, San Carlo se erige como un punto de encuentro para el arte más audaz, dentro de una arquitectura que resuena con historia, silencio y posibilidad. Instagram: @sancarlocremona Texto:BP Editorial con información de San Carlo Cremona Imágenes: San Carlo Cremona Derechos Reservados 2025
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