La muestra del artista, con curaduría de María Cristina Rossi, se exhibe en OTTO Galería, en Buenos Aires e incluye acuarelas, óleos y grabados que pintó entre 1975 y 2007: un corpus de obra nunca antes visto en Argentina. Fernando Maza (Buenos Aires, Argentina, 1936 - Nogent-sur - Marne, Francia, 2017) construye una sutil paradoja con tipografías arquitectónicas. En la exhibición en OTTO galería puede verse cómo en sus composiciones, la delicadeza y fragilidad de una letra deviene estructura sólida, autónoma, con vida propia. Maza logró desatar un alfabeto singular, que remite a los misterios del universo y que hoy sigue interpelando con el poder del signo lingüístico, creación única de la condición humana. Desplegó un mundo tipográfico prolífico, sin etiquetas ni conceptualizaciones. “Sí es verdad que el bestiario tipográfico me sigue prestando su repertorio de personajes. Pero que estos tengan una conducta abyecta y una marcada inclinación al mestizaje no es mi responsabilidad. Ellos son dueños de su destino”, escribió Maza sobre sus enigmáticas creaciones. Ya en 1963 sus pinturas empezaron a estar protagonizadas por el ampersand (&), las letras efe, jota, el número dos y el número siete. Sus letras se encuentran inmersas en una inquietante arquitectura, con colores tierra, orgánicos, que contrasta con la mayor creación cultural del hombre. Su pasión consistió en entregarse a esos mundos de tiempo detenido. Sin medias tintas, escribió poéticamente su objetivo en el catálogo de su muestra, en 1986, en la galería parisina Messine: “Pintar como un taxidermista empedernido que persigue el azar y la indolencia y embalsama el gesto”. Fernando Maza 1975. Óleo sobre tela, Puntas curvas. 160x160. Así se dispuso a crear una extraña arquitectura, con formas que se encastran con milimétrica perfección o que, en otros casos, parecen conducir al vacío. Avezado pintor, Maza lo hizo desde con una paleta monocroma hasta con sutiles tonalidades. En su caso, el clima está dado por colores híper trabajados, empastados o con transparencias. “No es perspectiva lo que uso —dijo en una entrevista el artista—. Aquí no hay punto de fuga. La proximidad o la lejanía están dadas por el color. Se trata de una argucia pictórica para crear un espacio ambiguo como el de la pintura japonesa”. Para lograr la peculiar luz y las transparencias de sus pinturas, mezclaba agua y aceite sumando después el dibujo a lápiz. Con su paleta, desplegó tonos inolvidables. Lo suyo fue crear una atmósfera única, detenida en el tiempo, con un universo formado por letras y números que devienen pura forma olvidando su función intrínseca, junto a vestigios de arquitectura que resulta una incógnita. Arcos de medio punto, pirámides, torres, perspectivas renacentistas habitan en sus composiciones, junto con números y letras en equilibrio inestable. Le interesaba, comentó en una oportunidad, poner el foco en “lo paradójico vetusto de las ciudades del nuevo mundo”. Izq. Fernando Maza. Acuarela sobre papel. 52x66.5. | Der. Fernando Maza. Óleo sobre tela . 64x65. Tras su breve paso por la carrera de arquitectura, que dejó con sólo 20 años, Maza conservó su interés por las estructuras y espacios magnificentes. En sus composiciones incluyó, en ocasiones, algunas estructuras con impronta italiana, pompeyana o renacentista. Pasó un breve período por el taller de Raúl Podestá, y luego siguió camino autodidacta, dedicándose, desde 1957, exclusivamente a la pintura. En 1959, se unió al grupo informalista, integrado por Mario Pucciarelli, Luis Alberto Wells, Alberto Greco, Clorindo Testa, Kenneth Kemble, Silvia Torras, Noemí Di Benedetto, Kasuya Sakai, Olga Lopez, Enrique Barilari y Jorge Roiger. Hay que decir que su adhesión al movimiento informalista tuvo sus grises: Maza definió su obra como “una abstracción sin demasiados reglamentos”. Y aseguró: “Si en nuestro grupo había ortodoxos, sin duda yo no estaba entre ellos”. Izq. Fernando Maza. Óleo sobre tela. 90x90. | Der. Fernando Maza. Óleo sobre tela . 97x195. Para Luis Felipe “Yuyo” Noé, su primer amigo en la pintura con quien compartió muchos momentos en París y en EE.UU., Maza “escribía muy bien, incluso textos poéticos y tenía muy buen oído para la música, era un hombre muy sensible”. “La belleza”, dijo Noé, “para Maza es tan libre como su gesto de autoafirmación; no conoce ningún encierro; su escenario es el espacio tanto natural como cósmico. Ella supera todas las fronteras hasta alcanzar formas nuevas, lo que lleva a Maza a vincularse, y al mismo tiempo diferenciarse, del informalismo”. Joven, en 1960, viajó a Nueva York y recibió una beca de la Unión Panamericana. Prolífico, ya en 1965 obtuvo la mención de honor en la VIII Bienal de San Pablo. Vivió en Nueva York hasta 1973. Y desde 1973 a 1977 residió en Londres. Luego, en 1978, se instaló en París. Izq. Fernando Maza. Sin título . Grabado. 37x53.5 | Der. Fernando Maza Julio94. Acuarela sobre papel. 37.5x61 . En 1960, cuando viajó a Nueva York lo hizo con la idea de quedarse apenas unos meses, sin embargo, vivió en la Gran Manzana durante 13 años, un período marcado por el crecimiento profesional. Al poco tiempo de llegar a Nueva York obtuvo la beca Pan American Union. Tomó contacto con artistas norteamericanos y realizó estudios de litografía en Pratt Graphic Center. “Hacia 1962 viajé por primera vez a Europa y al regresar a Nueva York me di cuenta de que estaba aburrido de la corrección formal de mi obra. Comencé a mirar la ciudad y las edificaciones de mi alrededor, y así aparecieron en mi obra las figuras arquitectónicas, las letras y los signos que veía en las fachadas de los edificios”, recordó el artista, quien en 1971 recibió la beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation, y un año después fue invitado a la XXXVI Bienal de Venecia. Si bien Maza no expuso asiduamente en Argentina, su impacto fue potente. Recibió el Premio Nacional de Pintura, en el año 1985 (Salón Nacional 1984) ganó el prestigioso premio Palanza en 1985, que otorgaba la Academia Nacional de Bellas Artes, y en 1987 fue galardonado con el Gran Premio de Honor del Salón Nacional. Sus obras se encuentran expuestas en el en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), en el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires (MNBA) y en Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Además, hay obras suyas en colecciones de Argentina, Alemania, Bélgica, Colombia, Holanda, Italia, Francia y Suiza, entre otros países. Izq. Fernando Maza Acuarela sobre papel. 41x65. | Der. Fernando Maza Acuarela sobre papel. 40x64. Cuando en 1972 fue invitado a la Bienal de Venecia, recibió el reconocimiento internacional de la crítica. Expuso en Ginebra, en París, Milán y Madrid. Tras ir a vivir a Londres, donde permaneció varios años, en 1977 volvió a exponer en Buenos Aires. Humilde, muy culto y austero con su vestimenta, Maza vestía unos mocasines sin medias y su infaltable chaleco marrón con bolsillos de pintor. Era amante de la música clásica y tenía un gran oído musical que lo llevó a tocar el piano para deleite de muchos. Concentradísimo en lo suyo al punto de parecer tímido, era capaz, al tiempo, de conectar fuertemente con los otros. “Era muy solitario, disciplinado y divertido. Pintaba todos los días, incluso los domingos; le encantaba el jazz y siempre había música en su taller”, cuenta su hija Sarah Lou Maza, quien fue criada por el artista desde los 9 años, cuando murió su madre.
Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre de pocas palabras, carente de solemnidad. Paisajes silenciosos, apenas un puñado de letras y símbolos estructuran los misteriosos paisajes con ADN Maza. Artículo por Marina Oybin, periodista especializada en arte. Instagram: @marinaoybin Galeria Otto: Instagram: @otto_galeria Director de la Galeria Eugenio Ottolenghi @eugenio.ottolenghi Texto: Marina Oybin. Imágenes: Marina Oybin / Otto Galeria. Derechos Reservados 2024
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