—como decían Ram Dass, Krishnamurti y Thich Nhat Hanh— La espiritualidad es una práctica viva en lo cotidiano, y la maternidad un escenario perfecto para despertar. Los grandes maestros del yoga nos enseñan que la práctica espiritual no ocurre sólo en el silencio del zafu, sino en cada momento ordinario donde elegimos responder con conciencia en lugar de reaccionar con hábito. La maternidad, vista desde esta perspectiva, no es una distracción del camino espiritual: es el camino. Es en el cansancio, en el caos, en la entrega incondicional, donde se revela la oportunidad de amar sin condiciones, de rendirse al momento presente, y de dejar que el ego muera un poco más cada día para dar lugar a lo esencial. Convertirme en madre fue, sin duda, el inicio de mi verdadera práctica espiritual. No importan los años que lleves meditando, ni cuántos mantras hayas repetido: nada te lleva tan directo al corazón de tu sombra y tu luz como acompañar, amar y formar a otro ser humano. Es una práctica que exige presencia constante, humildad profunda y una entrega que desafía al ego una y otra vez. Sin duda cometí muchos errores. Llegaba a casa estresada, volátil, desconectada de mí y de ellos. Sin duda les daba todo lo que podía dar… pero no siempre eso coincidía con lo que ellos necesitaban. Por mucho tiempo, me culpé. Después entendí que la maternidad no se trata de hacerlo perfecto, sino de hacerlo presente. El camino espiritual que me ofreció la maternidad fue el de aprender a sostener espacio. Sostener mi experiencia sin negarla, y la de mis hijos sin querer cambiarla. Acompañarlos desde el amor, no desde el control. Respetar que tienen su propio ritmo, su propio destino – cada uno distinto-. Entender que no son una extensión de mí, sino seres únicos a quienes tengo el privilegio de guiar, pero no de moldear. He aprendido a preguntarles: ¿Quieres que te dé mi opinión o solo que te escuche? Y en ese simple gesto se abre un espacio sagrado, donde puede florecer la confianza. Hoy sé que no puedo protegerlos de todo. Pero sí puedo ofrecerles un refugio seguro desde donde explorar el mundo. Poner límites sanos, vivir mi propia vida con pasión, incluir lo que me da sentido… también es parte de enseñarles a vivir una vida completa. No solo eres la madre de, o la esposa de…. Eres una persona completa y el vivirte plena, les enseñará a tener ambición y buscar ellos su vida en plenitud. Y cuando me equivoco —porque aún me equivoco— sé que siempre puedo volver al centro, respirar y repetir este mantra: “Estoy haciendo lo mejor que puedo con los recursos que tengo. Este momento no va a durar para siempre. Voy a aprender de esto. Soy una buena mamá y voy a seguir creciendo con mis hijos.” A ti que también has sentido culpa, cansancio, miedo o duda: no estás sola. Si eres madre, ya estás en el camino espiritual. Cada respiración, cada caída, cada gesto de ternura o de disculpa es parte de tu práctica. Y si tus hijos ya son adultos, recuerda: nunca es tarde para sanar, para acercarte, para decir “me equivoqué, pero estoy aquí”.
La conexión profunda no nace del control, sino de la honestidad. El amor incondicional no exige perfección, solo presencia. Y el verdadero acto de amor, muchas veces, es soltar quién creías que debía ser tu hijo… para acompañarlo a convertirse en quien realmente vino a ser. Vivir en presencia es recordar, incluso en el caos, que el amor siempre puede empezar de nuevo. Nos vemos en el tapete. Namasté. Instagram: @alequinterooria Texto: Alejandra Quintero Imágenes: F.P. Derechos Reservados 2025
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