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Del enganche a un “nosotros” que honra el “yo”. Detrás de toda adicción —a una sustancia, a una persona, a la aprobación, al control— hay un mismo vacío: la desconexión con uno mismo. En el fondo, toda adicción nace de la codependencia, de esa necesidad inconsciente de buscar fuera lo que creemos que nos falta dentro. La adicción a sustancias, por ejemplo, es solo el síntoma; la raíz está en esa forma de relacionarnos con la vida y con los otros desde la carencia, desde el miedo a no ser suficientes por nosotros mismos. La buena noticia es que -así como se puede sanar una adicción-, también puede transformarse la forma en que amamos: del apego desesperado a la libertad compartida. En muchas relaciones aparece un punto ciego: el amor empieza a sostenerse en el sacrificio de una de las partes. A eso se le llama codependencia: un vínculo donde los límites se difuminan, la balanza se inclina y el “nosotros” borra al “yo”. En el extremo opuesto está la interdependencia: dos personas completas que se eligen desde la plenitud, no desde la carencia. No es frialdad; es un acuerdo vivo entre adultos que comparten sin anularse. ¿Qué es (y qué no es) la interdependencia? La interdependencia es equilibrio: decisiones propias, responsabilidades compartidas y autoestima cultivada desde dentro. Hay transparencia, escucha activa, vulnerabilidad segura y espacio para lo común y lo individual. No se trata de “no necesitar a nadie”, sino de necesitar de forma madura: “te elijo porque quiero, no porque sin ti me derrumbo”. Indicadores de una relación interdependiente, en la que los dos SUMAN: - Escucha activa: se refleja lo que el otro dice, se pregunta, se valida; no hay juicios ni consejos no pedidos. - Comunicación clara: se expresan necesidades y límites sin castigos ni retaliaciones; se repara cuando hace falta. - Límites sanos: acuerdos explícitos sobre lo que sí, lo que no y lo que necesita tiempo. - Espacio para lo propio: amistades, hobbies y silencios no se viven como amenaza, sino como abono del vínculo. - Autoestima interna: el reconocimiento alegra, pero no define el valor personal.
El cuerpo también aprende libertad El sistema nervioso registra el estrés relacional. Te recomiendo prácticas breves de respiración, movimiento consciente, descanso profundo y risa; todos los anteriores te ayudan a metabolizar el estrés. La dignidad se convierte en postura, no solo en idea. Si toca soltar, solo tu tienes la respuesta Cerrar una relación puede doler y, a la vez, sanar. Una red de apoyo (familia elegida, terapia, grupos) y rutinas simples sostienen el tránsito: buena comida, sueño, trabajo con propósito, naturaleza, arte, espiritualidad. No vivir el fin de una relación como fracaso: es renacimiento. Todas las relaciones nos aportan, nos enseñan, y siempre serán parte de nuestro recorrido evolutivo las personas con las que compartimos una relación de pareja. Aprendamos siempre a honrar lo vivido. Reflexionemos…
- Un no a tiempo es un sí a la vida. - Pedir con claridad y respeto. - Un gesto diario de autocompasión. - Una conversación de equidad con acuerdos concretos. - Recordatorio: el amor sano nunca exige traicionarse a uno mismo. La interdependencia no es un concepto decorativo, es una práctica cotidiana. Elegirse —a sí mismas/os y a la relación— con honestidad, respeto y alegría es el camino hacia vínculos más sanos, libres y verdaderos. Te invito a #vivirenpresencia, creando vínculos sanos que te ayuden a seguir creciendo. Instagram: @alequinterooria Website: alequinterooria.com Texto: Alejandra Quintero. Imágenes: F.P. Derechos Reservados 2025
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